El inquisidor Xerath Avanzaba rápidamente entre las calles de aquella gran urbe moviendo a la gente, rogándole a El Emperador que aquel hereje no escapara nuevamente, al llegar a la plaza central logra ver como su hombre entre en una antigua catedral imperial.
—Haz entrado a tu propia tumba—Pensó el Inquisidor mientras tomaba con ambas manos su bolter y caminaba a los portones de madera de la catedral, al llegar a ellos, las abre rápidamente con su arma por delante, preparado para disparar a quien viera, sin embargo, la actitud de aquel hereje hizo que los nervios y la sangre del Inquisidor de helara por completo.
El sirviente del caos se encontraba en lo alto del altar, sentado sobre el trono de Clérigo, su cuerpo y cara eran cubiertos por sus antiguos y largos arrapos dejando solo entrevistas sus débiles y flácidas manos.
—Barbosa, en nombre de Santo Emperador, estas arrestado por los delitos de herejía mayor y homicidio— Dijo Xerath mientras avanzaba lentamente por la gran alfombra color vino con hilos de oro que adornaba el pasillo principal de la catedral.